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UNA MIRADA CRÍTICA SOBRE LA REVOLUCIÓN CHINA

23 May, 2020

Por Iñaki Urdanibia

Presentación de un libro y derivas reflexivas a partir de él.

Se preguntaba Kant acerca de si el género humano avanzaba hacia mejor, y halló la respuesta en el entusiasmo que provocaba la revolución francesa no en sus protagonistas sino en los espectadores que veían en ella un motivo de esperanza, etc., consideraba así que este sentimiento era el signum rememorativum, demonstrativum, prognosticum de que los humanos mejoraban, no en lo material, sino en lo referente a su sensibilidad moral. Podría aplicarse este sentimiento a otras experiencias posteriores que levantaron simpatía y cierto entusiasmo en otros pueblos que no participaban en ellas; en refiero a la revolución de octubre, a la china, a la cubana o a la victoria argelina contra el colonialismo francés, hechos que hicieron que no pocos sectores de oprimidos y explotados adoptaran el principio esperanza, por hablar en blochiano. También añadía el de Königsberg que si no calaban las ideas transformadoras en la mayoría de ciudadanos, la historia podía acabar en imposición y terror. Se ve que tengo día kantiano.

En los ejemplos nombrados se cumplen las dos cuestiones apuntadas por el filósofo: un entusiasmo inicial y un terror posterior, al recurrirse sistemáticamente a la imposición que hace vencer, pero no convencer. Tal mecánica se dio en la revolución francesa con su Termidor, en la de octubre con la limpieza inicial de los compañeros de viaje y otras medidas autoritarias, en la victoria de los guerrilleros en Cuba, que siguiendo el foquismo guevarista convertía a los luchadores armados en vanguardia política, o en victoria de los luchadores argelinos agrupados en el FLN que se supeditaba al ejército de muyahidines (ALN),… de China hablaré más tarde, no sin señalar desde ya que este preámbulo, y algunas de las ideas que siguen vienen provocadas por la lectura de la obra de Frank Diköter: «La tragedia de la liberación. Una historia de la revolución china (1945-1957)», editada por la barcelonesa Acantilado. La obra ha obtenido el prestigioso galardón, otorgado por la BBC, el Samuel Johnson de ensayo 2011.

Algunas de las constantes señaladas hacen pensar en las diferencias que establecía Albert Camus entre revuelta y revolución apostando por la primera ya que la segunda veía a ser la domesticación y anulación de cualquier espíritu rebelde para devenir el cumplimiento de un programa que al ser considerado, poco menos y más, que científico, hacía que fuese de obligado cumplimiento; en la misma onda se puede abocar en las reflexiones de Michel Onfray acerca del origen del término revolución en el campo de la astronomía que queda confirmado igualmente en el plano de la política, lo que por otra parte hace pensar en aquel goyesco los sueños de la razón engendran monstruos, o dicho de otro modo el empedrado del infierno está elaborado de buenas intenciones.

A fuer de sincero diré que la lectura de este tipo de libros, y que me perdone las referencias personales, me provoca cierto dolor y desasosiego y no por haber pertenecido a un grupo de seguidores (casi podría decirse adoradores) del marxismo-leninismo, pensamiento maotsetung, fiebres que hace tiempo, mucho ya, que quedaron atrás, sino porque se me crea cierta sensación de vacío, más todavía si en cuenta se tiene que las posturas que uno expone pueden ser emparentadas con otras que están en las antípodas de servidor (diré a modo de ejemplos un par de majaderías que hube de leer por meterme en charcos semejantes: las críticas de ciertos comportamientos estalinistas me convirtieron en Pío Moa, o en posible colaborador de Intereconomía)… pero, en fin, cretinos, con perdón, siempre los hay de turno, al igual que comisarios, jueces y policías…del pensamiento, mas servidor será capaz de aguantar semejantes polladas.

No es necesario hacerlo constar, pero qué le vamos a hacer, siempre hay un porsisacaso… y ahí me agarro a aquella afirmación de Gustavo Bueno, cuando aún no se había disparado por ahí… y cierra España, quien, refiriéndose a las creencias religiosas, decía que problema se lo debían plantear los ateos y no los creyentes, ya que estos últimos lo tenían todo claro: creyendo, mientras que los que no creían debían pensar en cómo era posible que se creyera en semejantes falacias… como digo algo similar podría aplicarse al campo de la política, y más en concreto a, la comunista: quien rechaza de plano cualquier idea de gestionar en común los intereses de la sociedad, y sólo con oír el nombre de comunismo (aunque éste fuese acompañado de otros calificativos como, por ejemplo, libertario ) se les produce un herpes en corona, nada tiene que pensar: la idea de emancipación es una falacia bárbara, sin más. Así serían quienes creen, o desean al menos un futuro de justicia, igualdad, y fraternidad, sin olvidar la libertad (ya que sin ella, como decía el otro el socialismo devendría un cuartel… como así fue), es lo propio que piensen tales asuntos.

Y vamos al libro que origina estas inquietas derivas, aunque espero no desviarme otra vez porque cuando me embalo… correacaminos queda a la altura de un mero aficionado. El libro que me provoca es el que ya he nombrado: La tragedia de la liberación…

Vaya de entrada que esta entrega pertenece a un trilogía escrita por el profesor de Historia Moderna de China en la Escuela de Estudios Orientales y Africanos de la Universidad de Londres y catedrático de Humanidades en la universidad de Hong Kong, Frank Dikötter (Stein, Limburgo, Países Bajos, 1961). En esta ocasión , ve la luz la que cronológicamente abarca la primera época, pues anteriormente ya había visto la luz la referida al una época posterior, la del Gran Salto (El socialismo chino en competición con el capitalismo – Kaos en la red), y más tarde, seguro que se publicará la que queda, centrada en la Revolución Cultural.

Precisamente sobre esta última ya han visto la luz libros y críticas de peso (ahí están las documentadas obras de Simon Leyes de las que ha dado cuenta en esta misma red: La denominada “revolución cultural china “al desnudo – Kaos en la red / Los de Simon Leys no son cuentos chinos – Kaos en la red), del mismo modo que las críticas sobre los sistemas represivos en China han tenido claros testimonios (Yang, Xianhui, Le chant des martyrs. Dans les camps de la mort de la Chine de Mao, Balland, 2010, libro escalofriante que tengo a mano), lo que resulta menos frecuente, al menos de manera documentada, es una crítica rotunda de la propia revolución. Los males no vinieron más tarde por degeneración golpe termidoriano o por intervenciones del exterior (argumento empleado de manera frecuente: países cercados, boicoteados, saboteados…), sino que el mal anidaba in nuce, en la propia teoría vanguardista, heredada del leninismo – y según otras versiones en jacobinismo inspirador – practicado en Rusia y en la naciente URSS (un análisis de sumo interés puede verse en: Derivas a partir de la revolución de octubre – Kaos en la red).

En el caso chino a la política leninista / estalinista se ha de sumar que el poder del partido comunista se fue fortaleciendo en los enfrentamientos bélicos, análisis sobre la marcha creciente de burocratización que fue expuesta con tino por Pierre Souyri. miembro de Socialisme ou Barbarie, en su Révolution et contre-révolution en Chine, Christian Bourgois Éditeur, 1982; obra que el sinólogo escribió en 1960. Así, se ve en el libro como ya en los momentos de la guerra las medidas de cerco y aislamiento que daba lugar a situaciones insostenibles (hubo ciudades, como Shángai por ejemplo, en que los muertos civiles rozaron los doscientos mil), con las consiguientes muertes por falta de alimentos y por enfermedad, eran una política constante, aspecto que es presentado en la primera parte (La conquista, 1945-1949) y que se verá asentado y reforzado tras la victoria contra los japoneses y los nacionalistas de Chiang Kai Shek y epígonos. La segunda parte (La toma del poder, 1949- 1952) narra las primeras medidas tomadas tras la denominada liberación, medidas que son impuestas por la fuerza y llevando al extremo y el enfrentamiento entre los diferentes niveles del campesinado, haciendo que los supuestos terratenientes (y si digo supuestos es debido a que se subraya la arbitrariedad de la división entre unos y otros) fueran despojados de sus tierras, marginados y maltratados. El proceso de colectivización que se ampliaba a las tierras y a los aperos y maquinaria de labranza, haciendo que los disconformes con las medidas que se iban adoptando fueran tachando de enemigos del pueblo y contrarrevolucionarios lo que obviamente suponía problemas de cara a subsistir y permanecer integrados en la sociedad. Ya desde los primeros momentos los miembros del partido son quienes dominan todas las riendas del poder y de la economía, haciendo que aquellos que discrepaban eran atacados con furia, enviados a campos de reeducación al canto (eufemismo que ocultaba el trabajo esclavo y las insufribles sesiones de adoctrinamiento); se pone en marcha el Gran Terror con la «Campaña para la liquidación de contrarrevolucionarios». Todo ello se produjo de manera organizada milimétricamente en un régimen de Regimentación (1952- 1956), que trataba de hacer que los principios de la nueva democracia se impusiese y fuese aceptada por todo dios. Los desacuerdos en el seno del partido eran convertidos en muestra de rechazo a la construcción socialista y como tal castigado con nefastos campos de trabajo, o con el traslado a otras poblaciones alejadas de las propias, movilizaciones que se ampliaban a pueblos enteros en la medida en que estos no se plegasen a las normas dictadas por el partido. El gulag tomaba una amplitud impresionante en la época en la que florecían nuevos campos (lo del florecimiento de las cien flores que proclamase el gran timonel era pura floritura para engaño de incautos) y las purgas suministraban materia humana a las grandes obras emprendidas en dichos campos, en los que el maltrato, el hambre y le enfermedad era moneda corriente. La campaña de Marea alta, con el fin de impulsar la producción, contra todo principio de realidad, promovida por Mao halló opositores dentro del partido lo que supuso una feroz lucha en su seno, algunas destituciones de miembros destacados como Liu Shaoqi o Zhou Enlai. Pueden verse las tensas relaciones de Mao con Stalin, y la amplia huella del modelo dicho soviético entre muchos de los líderes del partido chino que no habían aprendido los modos de actuar en los libros sino en los propios estudios cursados en Moscú y en otras universidades rusas.

La obra resulta apabullante en lo que hace a datos y cifras tanto económicos como en lo que hace a la represión que acumula muertos (cinco millones en el periodo visitado) y purgado en unos números de vértigo, dando el autor de la obra sobradas muestras de que pisa fuerte el terreno que transita, potencia descriptiva de lo que acaeció al haber tenido acceso a los archivos chinos que anteriormente habían estado vetados a cualquier consulta. Resulta pues escalofriante el panorama descrito y no seré yo el que ponga en duda lo presentado, acudiendo a la facilona y panfletaria coletilla de que el autor es de la CIA, del Mossad o de la brigadilla de información de la benemérita lo cual no quita para señalar algunos aspectos que se antojan como de un escore absoluto: 1) al cargarse las tintas en los comunistas, los otros contendientes en la guerra quedan embellecidos, dando la impresión de que la brutalidad bélica solamente funcionó de la mano de los dichos comunistas ¿qué eran los otros, gentes de guante blanco o monjitas del caridad?, cierto es que el autor no lo dice y señala que también cometieron brutalidades, pero que comparativamente…; 2) A lo largo de la obra es una constante el recurso a los juicios de intenciones, dando a entender que las reformas programáticas de Mao y sus seguidores no eran más que meros señuelos para atraer a los diferentes sectores de la sociedad; 3) surge la pregunta, a través de la lectura, de si nada bueno hicieron los comunistas, y ante tal interrogación, el propio autor se responde en las primeras páginas que algunas medidas que parecían apuntar bien no compensaban el espíritu general de la marcha y de las promesas realizadas… ¿y la reorganización y reunificación de un país que estaba absolutamente desestructurado, y que con la victoria alcanzaba la independencia de potencias extranjeras, (luego vendrían los soviéticos y sus condiciones)? ¿los iniciales avances económicos tanto en el campo como en la industria, venciendo la inflación galopante, más si en cuenta se tiene el nivel de los países de la misma zona geográfica? ¿las medidas para poner fin a la corrupción que campaba por sus respetos en el gobierno nacionalista? ¿la ley sobre el matrimonio de abril de 1950 que ponía fin a las imposiciones patriarcales anteriores? ¿la tenaz y masiva lucha contra el analfabetismo? Más preguntas planean que hacen que se sienta la sensación, no diga que el autor lo mantenga explícitamente, de que tal vez hubiese sido mejor que las cosas hubiesen seguido como estaban… Y asociada a la anterior otra pregunta de hondura: ¿tal vez hubiese sido mejor no cambiar nada, al tener en cuenta los terribles costes que supusieron dichos cambios? [Señalaré que el mismo Simon Leys, nada propenso a contemporizar con el maoísmo, no negaba en medio de sus críticas radicales, algunos adelantos promovidos por éste].

Así las cosas, la obra puede encasillarse en la senda de las obras (la)crimenógenas, al estilo del célebre Le livre noir du communisme. Crimes, terreur, répression (Robert Laffont, 1997; en donde se dedican cien páginas al caso chino: 503-597), libro que dicho sea al pasar fue complementado/ contestado con pretensiones menos escoradas por Le Siècle des communismes (Les Éditions de l´Atelier, 2000), con lo cual reitero que no se puede aminorar ni rechazar las crueldades cometidas y su puntillosa descripción que se presenta en la obra de Dikötter, del mismo modo que no cabe despreciar la detallada descripción de los mecanismos de control y represión puestos en pie por aquel régimen que alzando las banderas de la igualdad, la justicia y la libertad se convirtió en uno de los regímenes más sangrientos del siglo pasado, cuyo eje consistió en el empleo de la violencia al por mayor.

 

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