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EL EDIFICIO-NOMENKLATURA

20 agosto, 2021

Por Iñaki Urdanibia

«¿Deberíamos recordar? Dios mío, es como preguntar: “¿Deberíamos vivir?”. Vivir y recordar es una y la misma cosa. No se puede destruir una sin destruir la otra. Juntas forman un verbo que no tiene nombre»

Yuri Trífonov

Dos cosas previas: por una parte, hay, en la literatura, construcciones arquitectónicas que sirven de centro de narraciones, tomando el protagonismo, a la vez que sirviendo como trampolín de historias varias, y me vienen a la cabeza El puente sobre el Drina de Ivo Andric, El puente de los tres arcos de Ismail Kadaré, y algunas obras más del autor (El palacio de los sueñosLa pirámide o El nicho de la vergüenza…) el Almirantazgo de la genial novela de Julien Gracq, El mar de las Sirtes, sin olvidar, por supuesto, La casa Pushkin de Andréi Bitov, o La vida, instrucciones de uso de Georges Perec, verdadera novela-inmueble; por cierto, nada más abrir el libro de Slezkine la primera cita que aparece, en exergo, pertenece al libro que cito en último lugar. Por otra parte, leo en la faja promocional que acompaña al libro «La casa eterna. Saga de la Revolución rusa» de Yuri Slezkine, editada por Acantilado, «El Guerra y paz soviético», etiqueta tomada de una crítica londinense, no entraré a rebatir tal opinión, de honor, que, por cierto, es compartida con la obra de Vassili Grossman, Vida y Destino, a la que se ha calificado con frecuencia aludiendo a una de las obras magnas de León Tolstói…no entraré, reitero, en las comparaciones ni en lo adecuado de llevarlas cabo; lo que sí que estoy dispuesto a afirmar es que las tres obras nombradas merecen la pena, salvando épocas y el enfoque de la mirada, y que todas son grandes obras, empezando por el tamaño y la amplia paginación (la báscula, ya puesto a cuantificar, la tengo estropeada): la novela de Tolstói, pasa las 1500 páginas en la edición de Planeta, roza las 1900 en la de Mario Muchnik; la de Vassili Grossman, editada por Galaxia Gutenberg, tiene algo más de 1100, y la que ahora presento, anda cerca de las 1700. No hace falta ni decir que la lectura es de amplio aliento y no pocos suspiros al ir penetrando en el desastre que invade las historias que presenta el libro.

Muchas han sido las obras que han dado cuenta de lo inhumano en la país de los soviets (cuando ya estos no eran lo que habían sido, al perder su protagonismo y representación de los trabajadores, soldados y campesinos), sin pasar lista pueden pueden nombrarse, entre quienes padecieron la represión, los Varlam Shalamov, Eugenia Guinzburg, Anna Ajmátova, el vilipendiado Alexandr Soltjenitsin (la verdad es verdad la diga Agamenón o su porquero), la viuda de Bujarin, Ana Larina, o la del poeta Ossip Mandelstam, Nadiezhda, y no sigo por los textos de historia o ensayo, por no abusar: desde Pierre Broué a Michael Volensky, y me dejo un montón de obras que inciden en la burocratización del Estado inaugurado tras Octubre, que fue acompañada de una represión creciente, con las consiguientes delaciones, purgas, prisiones y campos del Gulag. Sniavski, Alexander Zinoiev (no confundir con Grigory, el bolchevique) o los retratos de Stalin y su corte, como el de Simon Sebag Montefiore, y no sigo que bastante he seguido ya.

El recién publicado, que motiva estas líneas, es el primer libro del autor, Yuri Slezkine (1956), historiador y profesor de origen ruso-sovietico, traducido al castellano y desde luego el estreno no puede ser más potente. El objeto de la obra, me resisto a llamarla novela, es mostrar la nomenklatura, léase la camarilla dirigente de la Unión soviética de los años treinta del siglo pasado, para ello recurre a un edificio en el que habitaban miembros de tales alturas jerárquicas, descubre, entre otras cosas, que la mayor parte de quienes allá habitaban eran judíos. No resulta ningún descubrimiento discordante la importante presencia de militantes, con cargos dirigentes, de origen judío en las filas del partido bolchevique, cuestión en la que por cierto ya había ahondado el autor en su obra, no traducida por acá, Le siècle juif (La Découverte, 2008), en donde destacaba la presencia de los judíos en los movimientos políticos y económicos fundamentales de la modernidad occidental… es claro que en el caso que nos ocupa, las ideas de la lucha contra la opresión, la esperanza mesiánica en el futuro, acompañado de fuertes dosis de milenarismo, y la tierra prometida, eran ideas propicias para la militancia de no pocos judíos en la lucha anti-zarista en Rusia; ya puestos a, me permito señalar una brillante obra de Edgar Morin, El mundo moderno y la cuestión judía (Nueva Visión, 2009) en la que el pensador de la complejidad, de orígenes sefarditas por cierto, mostraba la importancia de los judíos en las ideas y en las prácticas que pusieron en pie la modernidad europea. Volviendo a la obra que presento de Yuri Slezkine, éste pone sobre la mesa la fuerte presencia judía en la revolución, y, en consecuencia, en la casa que se convierte en eje de la narración y de las historias que se van desgranando. Y del mismo modo que se suele afirmar que todo lo que sube, baja, tal ocurrió con la presencia judía, que de ser apreciada, acabó siendo vilipendiada, lo que en tiempo del todopoderoso secretario general que respondía al mote de Stalin, perseguida y aniquilada: ahí están las falaces acusaciones de cosmopolitismo (emitidas por quienes defendiendo el internacionalismo proletario, habían acabado en la construcción del socialismo en un solo país) o el célebre juicio-farsa de las batas blancas en el que médicos, judíos ellos, fueron acusados por intentar envenenar a Stalin y a otros miembros del comité central del PCUS.

La originalidad del enfoque no cabe duda de que es brillante y eficaz en la medida que sirve para retratar lo que se pretende, lográndolo de una manera atractiva desde el punto de vista de su desarrollo y distribución de historias particulares; el autor, como consta en el subtitulo de la obra presenta una saga familiar de los personajes que habitaron la casa, teoriza acerca de la cercanía entre diferentes formas de milenarismo y el bolchevismo, lo que es lo más discutible de la obra, ya que pintar a los bolcheviques como una secta en busca del apocalipsis, es cuando menos inconsistente, dejando de lado que ciertos aires de familia podría hallarse en los modos de funcionamiento y las promesas de un futuro que se cumpliría de manera inevitable; se ha de sumar a la obra que presento la inspiración literaria, deudora en cierta medida, a nivel de dispositivo narrativo, de la novela nombrada, al inicio, de Perec. Slezkine deja claro que domina el terreno que pisa, y no carece de relevancia sus orígenes soviéticos, a lo que se ha de añadir su formación como historiador, sirviendo lo primeramente apuntado para poder subrayar el uso de los archivos, de fuentes orales y literarias, diarios y cartas, sin mediaciones ni intermediarios, lo que hace que el historiador penetre hasta las entretelas de las historias presentadas, llegando la precisión de los datos de los personajes visitados a los bordes de las páginas amarillas (setenta pequeñas biografías son presentadas en un apéndice). En tal orden de cosas resulta un tanto curiosa la nota de entrada: «Ésta es una obra histórica. Cualquier parecido con personajes ficticios, vivos o muertos, es pura coincidencia», al tiempo que bien leída desvela la realidad de las personas, de las trayectorias y los casos, que por si hiciera falta es completada en un apéndice con, como digo, la lista parcial de inquilinos de aquella Casa del Gobierno, inaugurada en 1931, proyectada por el visionario arquitecto Borís Iofán. Fue durante el primer plan quinquenal cuando se construyó el edificio frente al Kremlin, en la otra orilla de del río Moscova; unos años después el bloque constaba de quinientos apartamentos a disposición de casi tres mil personas, dirigentes políticos, militares, policías, directores de diferentes instituciones, fábricas, etc., e intelectuales con sus familias y criadas, sin faltar parientes cercanos de Lenin y Stalin; no pasaré lista de todos los nombres célebres que allá vivieron, desde el primero en hacerlo que fue el propio arquitecto, o Koltsov, corresponsal de Pravda, de manera destacada en la guerra civil hispana, o el autor de aquel imprescindible, para los bolcheviques, Así se templó el acero, Fadéiev, o la viuda y el hijo de Bujarin, también habitó allá quien ocupase destacados cargos en el partido y en el Komintern, Radeck, etc., etc., etc. . El edifico contaba de servicios de modo y manera que prácticamente los inquilinos podían vivir en el lugar sin salir de él: escuelas, cines, teatros, tiendas, peluquerías, oficinas de correos, banco, clínica, instalaciones para practicar deportes; contando la casa con fuerte servicio de vigilancia y otros servicios como el de bomberos, porteros, ascensoristas, etc. Slezkine despliega su obra en tres pasos: En marcha, retrata a los jóvenes bolcheviques entregados a la causa, sin achantarse ante los riesgos y peligros de cárcel clandestinidad, etc,; En casa, describe el edificio, para concluir con A juicio en donde se dan a conocer las purgas de los pretendidos herejes que vivieron en la casa… Una verdadera radiografía, arquitectónica y personal, que es acompañada de un amplio surtido de ilustraciones fotográficas del edificio, planos e interiores de las estancias incluidos, y de muchos de sus inquilinos.

Es claro que siguiendo los parámetros dominantes en el seno del partido y del gobierno, se daba una dependencia del grado jerárquico para ocupar unas viviendas u otras, situación cambiante dependiendo de los ascensos o descensos en el escalafón, las caídas en desgracia suponían la obligación de abandonar la casa, o bien a otro domicilio de menor calidad, cuando no era a las dependencias de la temible Lubianka o a algún campo de la Dirección general de Campos y Colonias de Trabajo Correccional (conocido pos sus siglas en ruso como Gulag), o… a mejor vida como Mironov, o el dramaturgo Meyerhold, o el escritor Isaac Babel, o el periodista Koltsov…

La visita que se nos ofrece a las diferentes viviendas, a sus diferentes ocupantes, a sus vidas y trayectorias, sin dejar de lado aspectos de la vida cotidiana como los referidos a maneras de vestir, los hábitos alimentarios, las maneras de acicalarse, reparando igualmente en el terreno sentimental; desvelándose situaciones chocantes en las que se da la convivencia entre las sucesivas esposas de algunos personajes, compartiendo la vivienda con numerosos hijos adoptados. No se priva de exponer cuestiones de índole médica, y los estados depresivos de algunos de los residentes. Conocemos los parques que frecuentaban las niñeras con los críos, y entramos igualmente en los talleres en los que se aprendían diferentes oficios.

Los detalles se van sucediendo de manera pormenorizada, lo que supone una toma de pulso de la vida que allá se llevaba, no faltando las escenas en las que más allá del selecto recinto, se dan a conocer la vicisitudes de la vida, el hambre y la penuria en algunas zonas de la unión de repúblicas de las que llegaban noticias a la casa, debido a las relaciones de algunos sirvientes originarios de tales lugares.

Del privilegiado paraíso se va pasando al infierno en sus diferentes expresiones, correspondiendo al clima de paranoia creciente que hacía ver peligros y actos de sabotaje por todas las esquinas, con lo que se abrían las puertas a la delación a las falsas acusaciones, a los interrogatorios, a los juicios con las sorprendentes confesiones de los crímenes más abyectos e increíbles. Las purgas, en su auge de 1937-1938, apuntaban al interior del partido, en busca de agentes solapados, vendidos a diferentes potencias enemigas, y Slezkine deja constancia de la verdadera convicción que se había instalado en el seno del partido, y de la sociedad toda, de que los enemigos andaban por todas partes, y, en consecuencia, era una obligación desenmascararlos más allá de las relaciones de amistad o familiares…y la noche, ampliada a todo el tejido social, como momento propicio para las redadas, y las familias temerosas del destino de sus familiares detenidos, y descompuestas, con hijos y parientes diseminados y acogidos por quienes quedaban libres de las detenciones, o encerrados en siniestros orfelinatos, en onda con la aplicación de la dinámica veterotestamentaria de que los hijos han de pagar las faltas de sus padres, que estaba implantada al por mayor, bajo la dominación de la omnipresente policía y la multiplicación de los tribunales creados para la ocasión, inmerso el país en una dinámica de que más vale ser martillo que yunque, y las sorprendentes variaciones entre víctimas convertidas en verdugos y viceversa… Ochocientos habitantes de aquella casa eterna, fueron encarcelados o fusilados en aquellos tiempos, prácticamente un tercio.

La mirada del historiados es abarcadora y amplia, marcando los cambios acontecidos en los tiempos posteriores a las purgas y de los de más hondura tras la segunda guerra mundial, la gran guerra patria, con las cifras de los cambios del número de habitantes, y el acceso a la casa de los miembros de la nueva nomenklatura.

No conforme con la enorme abundancia de información, datos, nombres propios, y de retrato hasta de los detalles más nimios, Yuri Slezkine arroja luz sobre las diferencias – que por momento se antoja como comparar peras con manzanas, o el cielo, del más allá, con la tierra, del más acá – entre el bolchevismo y otras corrientes que esperaban y prometían un futuro mejor, deudoras del cristianismo y el islam, subrayando que así como estas últimas creencias tienen presencia en las gentes de hoy, la esperanza y promesa encarnadas por bolchevismo quedaron sin herederos, al perder estos el hilo con las creencias de sus progenitores… ya que las promesas del paraíso se concretaron en una sociedad cuartelaria, la utopía en la medida que se trató de pisar se torró en un topos impresentable, y la formación de las nuevas generaciones, los hijos de los responsables bolcheviques, muchos de ellos huérfanos forzados, bebieron más de las fuentes de la literatura clásica que en los textos de Lenin o Stalin.

Y como colofón un relato, verdadera joyita, de Yuri Trífonov, La casa del malecón; el escritor que «había crecido en la Casa del Gobierno y en cuya ficción transformó el edificio en el escenario para una historia familiar del bolchevismo, un monumento a la fe perdida y un tesoro de la literatura universal»… aquella construcción que había sido una especie de microparaíso, lejos del socialismo del silencio y de la alpargata, y que se transformó, para muchos, en punto de salida hacia las distintas sucursales del infierno.

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