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TORTURA: SILENCIO A GRITOS

18 May, 2021

Por Iñaki Urdanibia

Quien ha sido torturado lo sigue estando. Quien ha sufrido el tormento no podrá ya encontrar un lugar en el mundo, la maldición de la impotencia no se extingue jamás. La fe en la humanidad, tambaleante ya con la primera bofetada demolida por la tortura luego, no se recupera jamás.

                                                    Jean Améry, La tortura

Quizá no tanto, aunque sin ignorar el grado de los padecimientos sufridos, como lo afirmado por el autor de Más allá de la culpa y la expiación, mas sí que es cierto que la experiencia de estar en manos de unos seres descontrolados, a merced de ellos y fuera de cualquier control, como si en un afuera se estuviese, sí que es una experiencia que marca la existencia de quien padece tal situación, por los límites del dejar de ser uno mismo, como por los límites de la enajenación provocada por los golpes, las preguntas y amenazas sin interrupción, los intentos de sueño evitados con brusquedad, las flexiones, y el constante temor de lo que vendrá a continuación…

En torno a la tortura y los malos tratos se ha solido correr un velo de silencio cuando no de complicidad. La implicación en la práctica de dicha lacra no cabe cargarla en el haber de algunos funcionarios policiales desmadrados, desalmados o sádicos, sino que, por una parte, se ha de ampliar la responsabilidad a políticos, jueces, médicos forenses, y extenderse también a periodistas que no han informado o han guardado silencio antes los casos descarados, o a políticos que han dado permiso, y hasta han alentado, el uso de los métodos expeditivos, por no decir salvajes, en cuarteles y comisarías; sin obviar las justificaciones, perversas, de practicarla para evitar que estalle la bomba y otras hipótesis, realmente increíbles. En el colmo de los juegos malabares por echar balones fuera ha habido algunos responsables políticos que han subrayado las diferencias entre malos tratos y tortura, aduciendo que tal vez a algún miembro de las fuerzas de seguridad del estado se le haya escapado alguna bofetada, en especial en el recalentón de haber conocido la muerte de algún compañero, y haber detenido al o a los responsables; aun sabiendo la habilidad de los beneméritos, entre otros, a la hora de investigar y detener con rapidez a comando va, comando viene , un poco de por favor, ya que de todos son conocidos los proverbiales y hábiles interrogatorios de éstos. Y las porras y látigos, la bañera o los electrodos, ¿qué? ¿estaban por allá y cobraban vida propia?. O el quirófano, las esposas apretadas y retorcidas, o las flexiones, o la privación de sueño, o la cigüeña, o…

La cosa ha tomado viva actualidad, en estos últimos tiempos con los casos de Joseba Arregi, reventado tras nueve días de detención, el de Mikel Zabalza, desaparecido en la bañera del cuartel de Intxaurrondo, y hallado en su misteriosa ampliación del fronterizo río Bidasoa, y el hallazgo de los restos de Lasa y Zabala, consumidos en cal viva, por tierras almerienses; estos casos, como los más relevantes, han saltado a la palestra como muestra de la tortura sistemática que se ha practicado en los establecimientos policiales e institucionales, me refiero a La Cumbre donostiarra en donde bajo la vigilancia del general Rodríguez Galindo y el gobernador civil de Gipuzkoa se machacó a los jóvenes refugiados. Si la verdad verdadera acerca de estos hechos y otros, como el condenado por los tribunales europeos de la responsabilidad estatal hispana en el caso de Portu y Sarasola, era un secreto a voces, al menos en el lugar desde el que escribo, las conversaciones grabadas de un par de mandos e implicados: el capitán de la Guardia Civil Gómez Nieto y el ex-coronel del CESID, Juan Alberto Perote, deja las cosas claras como el agua cristalina, no la de la asquerosa bañera. Tanto va el cántaro a la fuente… se les fue la mano, aunque hacer cavar su propia tumba a un par de jóvenes destrozados y luego darles un tiro no supone que se les fuera la mano sino que las mentes de los guardia civiles que lo hicieron estaban inundadas de crueldad infinita. Los jueces ya conocían desde hace tiempo dichas cintas pero no las consideraron como pruebas válidas. Los responsables políticos se llaman andana y, en concreto, el juez Fernando Grandes Marlaska, condenado en varias ocasiones por los tribunales europeos por o investigar las torturas, y ahora ministro del palo se hace el orejas, aduciendo diferentes triquiñuelas para no levantar o desclasificar el secreto de los documentos oficiales de la época. Y no sigo que me embalo.

Viene este, ya, largo preámbulo provocado por la publicación, en la editorial Catarata, de una obra coordinada por Pedro Oliver Olmo: « La tortura en la España contemporánea» en la que participan además del nombrado, cuatro especialistas más: Luis Gargallo Vaamonde, Daniel Oviedo Silva, César Lorenzo Rubio y Eduardo Parra Iñesta. La obra abarca desde el siglo XIX hasta la actualidad; los autores siguen la estela abierta por Francisco Tomás Y Valiente que analizó dichas prácticas abominables en los tiempos del Antiguo Régimen.

Son varios los pasos que se dan, tras la presentación del coordinador del libro. El primero nos traslada a Cullera, población valenciana en la que hubo una serie de movilizaciones que reprimidas con saña provocaron muertos, detenciones, torturas y penas de muerte entre algunos de los supuestos promotores del levantamiento; las denuncias se difundieron más allá de las fronteras hispanas, y convocados por el ABC, los periódicos, salvo escasas excepciones, cerraron filas contra los extranjeros que atacaban la democracia española, y quienes desde el interior apoyaban y difundían los testimonios de los torturados que eran pura mentira que lo único que trataban eran desprestigiar a la patria, además de que las denuncias respondían al manual de los partidos y organizaciones sindicales. Digno de mención es la unión que se estableció entre las reivindicaciones de orden social y la lucha contra la opresión, con claros tintes anti-belicistas. Tras situarnos en tal acontecimiento y en las reacciones que provocó, se da un paso atrás para presentar los cambios legislativos que se produjeron en los primeros años del siglo: Constitución de Bayona en 1808, Decreto de 1811 de las Cortes de Cádiz y el articulado de la Constitución de 1812, y 1814 cuando la abolición de la tortura quedó refrendada por Fernando VII. Se subrayan las tensiones entre abolicionistas y quienes pensaban que debían mantenerse las formas de coacción, ampliando los malos tratos a los apremios: argollas, hierros, perrillos y calabozos extraordinarios. A la dinámica interna se sumó la influencia de la obra de Beccaria, De los delitos y las penas, y la polémica que le siguió. La noción de tortura fue adquiriendo centralidad, yendo despojándose de los adjetivos que la acompañaban: judicial, gubernativa, política, carcelaria, y…tortura a secas. Se sigue la pista a las transformaciones de la consideración de la tortura, hasta que su denuncia se convierte en una herramienta de denuncia y agitación política, en los años finales del siglo XIX y principios del XX. Esto último coincide con ciertos hechos sucedidos en Andalucía y en Cataluña, Montjuic, en los que el protagonismo de las corrientes anarquistas van a utilizar la represión a los movimientos reivindicativos y a los supuestos responsables de los atentados, años de propaganda por la acción, aprovechando las denuncias como arma de desprestigio del Estado, adquiriendo sus campañas amplio eco internacional, en donde se recordaba la tradición inquisitorial de España.

Se dirige después la mirada a los primeros años del siglo XX, y se valora el papel de la prensa como apagafuegos, lo que no quita para que ciertas noticias sean publicadas, ante el aluvión de denuncias, que desde los medios oficiales son consideradas mentiras cuyo interés es desprestigiar al Gobierno; tiempos de la dictadura de Primo Rivera y los preámbulos de la guerra del 36; con momentos brutales como la represión de la revolución de Asturias; destacable resulta la figura del cabo de varas, figura similar a la de los kapos de los lager alemanes, que consistía en presos que colaboraban con los verdugos convirtiéndose en vigilantes con vara en mano, siempre dispuestos a golpear a los desobedientes, a quienes no cumplían con las normas, etc.. Se visitan los pinitos reformistas con una óptica humanista en los años de la II República, y posteriormente se llega a los momentos álgidos de la guerra civil, descripciones que dan cuenta de lo espeluznante de las actuaciones en ambos bandos. La violencia, la venganza se hizo patente y así la tortura y las muertes crecieron en amplitud y salvajismo. Tras la victoria, el franquismo erigió en máquina represiva de la dictadura, los ficheros y los chivatazos se pusieron al orden del día y las limpiezas, muertes, palizas, humillaciones, aceite de ricino y rapados de pelo, tanto en mujeres como en hombres, se convirtieron en moneda al uso, y al abuso; cualquier lugar era bueno para aplicar el tormento, tanto cuarteles como comisarías o sedes de la falange. El infierno no finalizaba en tales recintos sino que también continuaban en la prisión, en donde muchos de los funcionarios habían sido reclutados entre los parientes de caídos en la contienda, falangistas y otras yerbas siempre dispuestos a vengarse y a aplicar la disciplina férrea para castigar y educar a los rojos, etc. Se ha de añadir a esto, la apertura habitual de las puertas de la cárcel para que gentes con ansias de venganza pudieran entrar para machacar a los presos; la brutalidad y la sofisticación, se unieron debido a las enseñanzas de miembros de la Gestapo que enseñaban a sus afines hispanos; los nombres propios de destacados verdugos, pioneros en sadismo, aparecen por las páginas: Yagüe, Polo, Quintela, Creix a los que seguirían más tarde los Ballesteros, Solsona, Billy el Niño, Anechina, Sainz, etc., algunos de ellos rescatados por los diferentes gobiernos transitorios. Ciertas limitaciones, guardando las formas, se dieron de cara a proyectar una imagen menos salvajes en la arena internacional.

Los últimos pasos de la obra se refieren a la presencia de la tortura en los años de la Transición y los diferentes gobiernos democráticos, se presentan las realidades en los años de los gobiernos de González y Aznar y también en los de Zapatero y Rajoy, y la ampliación de los lugares de tortura y malos tratos, ampliándose de los cuarteles y cárceles a los CIE, en donde los migrantes son tratados como números; las denuncias de torturas van asociadas en su mayoría por gente a la que se relaciona con ETA (siendo todo ETA como decidió alguna mente preclara, periodistas fueron detenidos y torturados, amigos de miembros de diferentes comandos igualmente, periódicos y radios fueron clausurados, etc. La lucha contra el terrorismo sirvió para mucho y para muchos) y defendiendo al Estado en las cloacas, se puso en marcha el GAL, con clara participación de beneméritos, bajo las órdenes del infame Galindo, condecorado y ascendido una y otra vez, que convirtió Intxaurrondo en centro de tortura, además de en lugar de diferentes tráficos de tabaco, drogas y personas; digno sucesor en lo que hace a la infamia de los siniestros cuarteles de La Salve bilbaína o el donostiarra cuartel del Antiguo, entre otros . También se presentan algunos casos célebres como el del Nani, Santiago Corella o el caso Almería, y los policías juzgados, alegando que no hacían más que obedecer y cumplir las órdenes que se les daban…Varias tablas dan cuenta del desarrollo de las agresiones, de las denuncias según los cuerpos policiales, la violencia ejercida sobre los migrantes, causas de la mortalidad en las cárceles, sentencias condenatorias según el carácter de los delitos, etc., etc., etc.. Destacable resulta el seguimiento que se hace a las diferentes leyes y retoques de estas en los diferentes periodos, aunque sabido es que una cosa es la letras impresa de las leyes y otra la norma de que la letra con sangre entra, en su cruda literalidad.

Concluye la travesía por los pagos del horror con la constatación de que «todos estos casos contabilizados a lo largo de 40 años no pueden entenderse como hechos aislados. Son demasiados como para pensar que solo se deba a la mala praxis de ciertos agentes. Por otro lado, la tesis de la herencia del franquismo se difumina según avanzamos en el tiempo. Es cierto que en los primeros años de la democracia la mayor parte de los funcionarios destinados a custodia y vigilancia provenían de la dictadura, pero se han ido renovando en las últimas décadas».

Y varios denominadores comunes que pueden extraerse de la lectura, ya a pesar de los diferentes tiempos y legislaciones – dura lex, sed…papel mojado -: los jueces y los médicos forenses mirando para otro lado, la prensa guardando silencio o justificando los tratos enérgicos, los agentes acusados, absueltos o con leves condenas, y condecorados por los servicios prestados, y la oscuridad y opacidad de las salas de tortura que impiden la demostración de los hechos que allá se realizan… ¡y no sigo!

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